De Irak a Francia: historia de una huida

Kristian, Swarin, Sidra, Sarah y Soleen, cinco jóvenes iraquíes, tuvieron que abandonar con sus padres la ciudad de Karakoch (Irak). Al llegar a Francia, unas jóvenes de un Club juvenil les ayudaron a integrarse.

Una de las actividades de integración organizadas por el Club Lanfrey.

Desde Irak hasta Francia: ese fue el largo camino recorrido por los padres de Kristian, Swarin, Sidra, Sarah y Soleen, cinco jóvenes iraquíes, de entre 6 y 16 años. Tuvieron que abandonar su casa con lo puesto el día en que el Estado Islámico entró en su ciudad.

Tras abandonar Karakoch, se refugiaron en la ciudad de Erbil. Desde allí, toda la familia pudo viajar a Francia.

Kristian, Swarin, Sidra, Sarah y Soleen, cinco jóvenes iraquíes, de entre 6 y 16 años tuvieron que abandonar su casa con lo puesto el día en que el Estado Islámico entró en su ciudad

En Grenoble, una de las hermanas, Soleen, conoció a otras chicas del club Lanfrey. Este Club es una iniciativa de familias de la ciudad francesa, que desean crear un ambiente de amistad, de ocupación provechosa del tiempo libre y de formación cristiana. El Opus Dei se responsabiliza de la formación religiosa.

La familia que acogió a Soleen –la mayor, de 16 años–, sus hermanos, sus padres y su abuela, sugirió a la joven iraquí que conociese a las chicas que acudían a ese Club. Enseguida, encontró un ambiente de acogida, de diversión y de mucho estudio.

Vista de Grenoble.

Desde enero del año pasado hasta junio, cada semana, sus amigas del Club Lanfrey se turnaron para darle clases de francés. “Como las clases nos enriquecían a todas, nos decidimos a organizar una semana de apoyo escolar para los hermanos de Soleen”, explica Celine, responsable del Club Lanfrey.

Así, a finales de agosto, Kristian, Swarin, Sidra, Sarah y Soleen recibieron la ayuda de nueve chicas francesas: cinco en edad escolar, que acompañaban en pareja a los jóvenes iraquíes, y cuatro bachilleres, que organizaban las actividades.

“Como las clases nos enriquecían a todas, nos decidimos a organizar una semana de apoyo escolar para los hermanos de Soleen”, explica Celine

El primer día se fueron de excursión al monte, para romper el hielo y crear amistad. A partir del día siguiente, las clases comenzaron a las 9 de la mañana, con una clase básica de arameo y árabe. Las francesas pudieron aprender el Padre nuestro y el Ave María en la lengua que habló Cristo. Luego, se sucedieron diferentes clases, tanto en francés, como en árabe, para preparar a los niños al inicio del curso.

También hubo momentos de oración juntos –alternando el francés y el árabe–. No faltaban otras actividades divertidas, como el deporte o el teatro. Antes de la cena, se charlaba sobre algún tema cultural: pasajes de la Biblia que ocurrieron en Irak, el Estado Islámico o la ecología que defiende Papa Francisco. Se terminaba con alguna actividad divertida, como un chapuzón en una piscina o una película. La semana de integración terminó con una representación teatral preparada por los chicos: El fantasma de Canterville.

Esa semana enriqueció muchísimo a todos y ayudó a la familia de Soleen a integrarse bien en Grenoble. Los meses de colegio ya transcurridos dan fe de la utilidad de esas actividades. Los momentos de diversión, estudio y oración de niños árabes y franceses fue, sin duda, un cambio en la vida de todos.