3 de enero: fiesta del Nombre de Jesús

San Josemaría escribe en Camino: "Pierde el miedo a llamar al Señor por su nombre -Jesús- y a decirle que le quieres". Ofrecemos algunos textos del fundador del Opus Dei para meditar con ocasión de la fiesta del Nombre de Jesús.

Pierde el miedo a llamar al Señor por su nombre -Jesús- y a decirle que le quieres. Camino, 303

Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido. Amigos de Dios, 262

¡Poder de tu nombre, Señor! —Encabecé mi carta, como suelo: "Jesús te me guarde". —Y me escriben: "El ¡Jesús te me guarde! de su carta ya me ha servido para librarme de una buena. Que Él les guarde también a todos". Camino, 312

Aquella mañana —para superar la sombra de pesimismo que te asaltaba— también insististe, como haces a diario..., pero te "metiste" más con tu Ángel. Le echaste piropos y le dijiste que te enseñara a amar a Jesús, siquiera, siquiera, como le ama él... Y te quedaste tranquilo. Forja, 271

Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración "Jesús, te amo", oyó esta respuesta del cielo: "Obras son amores y no buenas razones". Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche. Camino, 933

Decía un alma de oración: en las intenciones, sea Jesús nuestro fin; en los afectos, nuestro Amor; en la palabra, nuestro asunto; en las acciones, nuestro modelo. Camino, 271

Siempre nos acompaña

Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que —sin darse cuenta— han sido heridos en lo hondo del corazón por la palabra y el amor del Dios hecho Hombre, sienten que se vaya. Porque Jesús les saluda con ademán de continuar adelante. No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamemos libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continúa con nosotros, porque es tarde, y va ya el día de caída, se hace de noche.

Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque entre las cosas hermosas, honestas, no ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios.

Y Jesús se queda. Se abren nuestro ojos como lo de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque Él vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha —anochece—, para hablar a los demás de Él, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo. Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra. Amigos de Dios, 314

Si buscáis a María, encontraréis a Jesús. Y aprenderéis a entender un poco lo que hay en ese corazón de Dios que se anonada, que renuncia a manifestar su poder y su majestad, para presentarse en forma de esclavo

Por amor y para enseñarnos a amar, vino Jesús a la tierra y se quedó entre nosotros en la Eucaristía. Como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin. Es Cristo que pasa, 151

No dejes la Visita al Santísimo. —Luego de la oración vocal que acostumbres, di a Jesús, realmente presente en el Sagrario, las preocupaciones de la jornada. —Y tendrás luces y ánimo para tu vida de cristiano. Camino, 554

Si buscáis a María, encontraréis a Jesús. Y aprenderéis a entender un poco lo que hay en ese corazón de Dios que se anonada, que renuncia a manifestar su poder y su majestad, para presentarse en forma de esclavo. Hablando a lo humano, podríamos decir que Dios se excede, pues no se limita a lo que sería esencial o imprescindible para salvarnos, sino que va más allá. La única norma o medida que nos permite comprender de algún modo esa manera de obrar de Dios es darnos cuenta de que carece de medida: ver que nace de una locura de amor, que le lleva a tomar nuestra carne y a cargar con el peso de nuestros pecados. Es Cristo que pasa, 144